La alergia primaveral es una respuesta exagerada e inapropiada del sistema inmunitario frente a sustancias que son inocuas para la mayoría de las personas. Son procesos crónicos que afectan a la calidad de vida de los pacientes, tanto a nivel físico como psíquico, condicionando la elección de actividades profesionales o de ocio, y que deben ser atendidos por el alergólogo.
¿Cuáles son sus causas? Evidentemente, durante la primavera la principal causa de alergia es el polen, precisamente porque nos encontramos ante una época del año durante la cual las plantas tienden a producirlo con mayor frecuencia y luego lo esparcen a la atmósfera.
Además del propio polen en sí mismo, debemos tener en cuenta que cuando el polen se combina con partículas químicas procedentes de la contaminación, se crean a su vez compuestos que podríamos considerar como más complejos, siendo incluso aún más peligroso para nuestro sistema inmunológico.
Los síntomas que aparecen tras la llegada de la primavera, especialmente durante los días de mayor polinización (es decir, de mayor presencia de polen en el aire que inhalamos) son en la mayoría de las ocasiones fácilmente identificables:
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Picor en los ojos o en la nariz.
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Moqueo acompañado de congestión nasal.
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Rinitis.
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Tos, sobretodo después de haber realizado ejercicio físico.
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Sensación de ahogo.
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Enrojecimiento en la piel.
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Lagrimeo.
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Molestias a la luz.
En cuanto al tratamiento, los antihistamínicos son los fármacos más empleados en el tratamiento de las enfermedades alérgicas y actúan neutralizando los efectos de la histamina.
Para el tratamiento del asma bronquial se utilizan inhaladores con fármacos broncodilatadores asociados a corticoides. Los broncodilatadores actúan relajando la musculatura del bronquio, y es recomendable que todos los pacientes lleven consigo un broncodilatador de acción rápida para utilizarlo siempre que sea necesario. Por otro lado, los corticoides son medicamentos de gran trascendencia, tanto por su eficacia como por los diversos efectos secundarios que pueden provocar. Están indicados para el tratamiento de las manifestaciones broncopulmonares, óculo-nasales y cutáneas de diversas enfermedades alérgicas, así como para el tratamiento de urgencia de las reacciones graves, junto con la adrenalina.
Además de los tratamientos convencionales para las enfermedades alérgicas, existen técnicas de medicina complementaria y alternativa. La vacunación con extractos alergénicos es el único tratamiento conocido que, además de mejorar los síntomas de la enfermedad y reducir las necesidades de otros medicamentos para su control, es capaz de detener la progresión de la enfermedad alérgica.